El Papa se reúne con los obispos tras su audiencia semanal en el Vaticano.
/ A. B.
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A partir de ahora, los sacerdotes y religiosos que vayan a trabajar con
niños no solo tendrán que estar en paz con Dios, también deberán tener un
pasado legal y psiquiátrico intachable. El papa Francisco —según ha anunciado
hoy el arzobispo de Boston, Sean Patrick O’Malley, uno de los ocho cardenales
encargados de reformar la curia— ha instituido una comisión específica para
luchar contra la pederastia en el seno de la Iglesia. Algunas de las medidas
apuntadas por el cardenal O’Malley, como la de colaborar con la Justicia o
asistir a las víctimas, parecen de sentido común, pero suponen un giro de 180
grados con respecto a lo que, históricamente, ha venido haciendo el Vaticano.
Durante décadas, la jerarquía de la Iglesia católica miró hacia otro lado
ante el más sucio de los crímenes, encubrió a sus autores y despreció a las
víctimas. Solo en febrero de 2012, el papa Benedicto XVI organizó un simposio
en Roma para romper públicamente el silencio cómplice del Vaticano ante los
miles de casos de abusos sexuales hacia menores de edad —4.000 denuncias en los
últimos 10 años— cometidos por sacerdotes y religiosos. Joseph Ratzinger, ya
acosado por las guerras de poder que provocarían su renuncia justo un año
después, pidió entonces una “profunda renovación en todos los niveles” de la
Iglesia para combatir la “tragedia” de la pederastia y obligó a los superiores
de 30 órdenes religiosas y a los representantes de 110 conferencias episcopales
a escuchar en directo el sufrimiento de Marie Collins, una mujer irlandesa que
padeció de niña los abusos de un sacerdote. Aquel simposio fue la primera
ocasión en que la Iglesia miró cara a cara a las víctimas, la primera vez que
un Papa lanzaba el mensaje de “tolerancia cero” contra los abusos. Ahora se
trata, según explicó el cardenal Sean Patrick O’Malley, de buscar herramientas
concretas para no repetir un pasado tenebroso.
La primera es que el papa Francisco no está solo en el empeño. Es más,
según dijo el arzobispo de Boston —una de las diócesis más golpeadas por las
denuncias de pederastia—, se trata de un encargo realizado al Papa por el
llamado G-8, la comisión de ocho cardenales encargados de reformar la curia:
“Todos los cardenales estábamos muy entusiasmados con la propuesta y muy
contentos por la respuesta positiva del papa Francisco”. La segunda es que ya
no se trata de golpes de pecho más o menos sinceros. La comisión —cuya
composición y competencias concretas serán especificadas por Jorge Mario
Bergoglio— pretende crear una red mundial para detectar, denunciar y evitar
este tipo de delitos.
“La Santa Sede”, según el arzobispo de Boston, “pedirá a las conferencias
episcopales que formulen sus propuestas concretas”. Pero el objetivo parece
claro: la comisión tendrá que informar a Francisco sobre la situación actual
del problema —con especial atención a las víctimas— y establecer reglas muy
concretas sobre la prevención y el castigo de los clérigos pederastas en todo
el mundo. El cardenal O’Malley se refirió durante el anuncio —estuvo acompañado
por el portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi— a algunas de las posibles
medidas: “En Boston dieron resultados importantes los cursos de formación para
las personas que vayan a trabajar con menores; y también fue muy útil para
reconocer a las víctimas de forma rápida el estudio de los precedentes penales
de las personas que vayan a tratar a los niños”.
La Iglesia pretende que de los trabajos de la comisión —de la que también
podrán formar parte laicos de reconocido prestigio— desemboquen en un manual
muy claro para proteger a los niños. Y también para que, en el caso de que esos
controles fallen, jamás se vuelva a mirar para otro lado. Al igual que ha
empezado a suceder con los asuntos relativos al manejo irregular de los fondos
del Vaticano, Jorge Mario Bergoglio se muestra partidario de una colaboración
sincera con las autoridades. La comisión, según añadió el arzobispo de Boston,
tendrá que poner los hechos punibles en conocimiento de la justicia civil y
también de los obispos de las respectivas diócesis, además de ofrecer apoyo
psicológico a las víctimas y también a los agresores. El objetivo final es
crear un “ambiente de seguridad” para los niños.
No son pocos quienes todavía recelan de la autenticidad del compromiso del
papa Francisco con la renovación de la Iglesia. ¿Cuándo pasará Jorge Mario
Bergoglio de las palabras a los hechos?, se preguntaban los escépticos. La
renovación del Instituto para las Obras de Religión —IOR, el banco del
Vaticano— y, ahora, la apuesta decidida por luchar contra la pederastia parecen
indicar que la época de los hechos ya ha comenzado. Durante el vuelo de regreso
del viaje a Río de Janeiro, el papa Francisco estableció muy claramente la
frontera de lo admisible y lo inadmisible. “Una cosa es perdonar un pecado de
juventud”, dijo al referirse a la supuesta conducta desordenada de uno de sus
colaboradores, “y otra cosa es un delito. Y la pederastia es un delito muy
grave”.
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