terça-feira, 8 de outubro de 2013

¿VÍCTIMA O MONSTRUO?


El descubrimiento de los restos óseos del rey Ricardo III de Inglaterra nos recuerda que ese héroe-villano irónico, autocomplaciente e ingenioso de Shakespeare, tiene una relación problemática con la historia verdadera. El melodrama apareció relativamente temprano en la carrera de Shakespeare (1597), fue popular desde el principio, y sigue consiguiendo públicos. Aun cuando he asistido a varias representaciones, comparto la opinión general de que la presentación mucho más vívida fue la película de Laurence Olivier en la que se dirigió a sí mismo (con gran gusto) como el usurpador jorobado. Sin duda él disfrutó librarse de sus dos grandes rivales, Ralph Richardson, quien como el duque de Buckingham marchó al bloque del verdugo, y John Gielgud, como su hermano, el duque de Clarence, quien es ahogado en un tonel de Malmsey.

Olivier captó exactamente el tono correcto que a la vez amenaza y seduce a la audiencia, haciéndonos a todos nosotros similares a la masoquista Lady Anne, interpretada por la asombrosamente hermosa Claire Bloom. Basándose en y superando a su predecesor Christopher Marlowe, especialmente en la representación que hizo Marlowe del entusiasta Barabas, protagonista de El judío de Malta, Shakespeare salió corriendo con la guirnalda de Apolo.

Ricardo III fue el último de los reyes Plantagenet de Inglaterra, sustituido por Enrique VII, fundador de la casa de Tudor y abuelo de Isabel I. La mitología Tudor representó a Ricardo III como el monstruo real definitivo cuya crueldad suprema se manifestó en el asesinato de sus pequeños sobrinos Eduardo, príncipe de Gales, y Ricardo, duque de York. El bando vencedor escribe las historias para que los Tudor triunfen por siempre.

La fuente principal de Shakespeare fue la espléndida propaganda Tudor, letalmente entretenida, de La historia del Rey Ricardo III, de Sir Thomas More. ¿En verdad Shakespeare, el más sabio de los autores, creyó este recuento de Ricardo? Nunca lo sabremos, pero lo dudo. Deliciosamente demasiado malo para ser cierto, el Ricardo de More estalla en una abundancia escandalosa con Shakespeare, una figura de la más alta fantasía. Una gran máquina de matar, su exuberancia grandiosa emerge en hipocresía espiritual:

Pero entonces suspiro, con un texto de las Escrituras Les digo que Dios nos ordena devolver bien por mal: Y así visto mi villanía desnuda Con algunas partes viejas robadas de las sagradas escrituras, Y parezco un santo cuando principalmente interpreto al diablo.

Esto es tan deliciosamente excesivo que podríamos preguntarnos si todo en Ricardo III no es una parodia intencionada tanto de la propaganda Tudor como del arte de la caricatura de Christopher Marlowe. Shakespeare no es pensado como un parodista, pero es el mejor en ese género, superando a Jonathan Swift y la tradición estadounidense que va de Mark Twain a Nathanael West hasta Philip Roth.
¿Qué otra cosa es ese matadero de farsa, Titus Andronicus, sino la más salvaje de las parodias? No vemos el destello en los ojos de Shakespeare que domina a Ricardo III cuando el último Plantagenet se jacta de sus víctimas.

Históricamente, el Ricardo de Shakespeare es más víctima que monstruo. Hay suficiente evidencia de que el rey Enrique ordenó el asesinato de los jóvenes príncipes en la Torre. Si usted o yo hubiésemos abordado a Shakespeare en la taberna (y él confiase en usted), se podría haber expresado una insinuación al respecto. Pero Shakespeare, afortunadamente para todos nosotros, era un hombre precavido.

Walsingham, el jefe de la “CIA” isabelina, organizó el asesinato de Marlowe en una supuesta pelea de taberna, y luego hizo torturar a Thomas Kyd, autor de La tragedia española, con el fin de obtener evidencia incriminatoria contra Marlowe. Posteriormente, Shakespeare nunca olvidó por un momento el asesinato de Marlowe con el máximo menoscabo o el debilitamiento y la muerte de Thomas Kyd después de que todos sus dedos fueron rotos.

Nosotros disfrutamos de Ricardo III como un melodrama donde el héroe-villano rebasa los límites y nos deleitamos con su muerte en batalla. Pero no confunda las travesuras de Shakespeare con historia. Los Tudor ganaron, y las crónicas oficiales les pertenecen a los vencedores. Sir Thomas More fue un apologista sofisticado del régimen, mientras que William Shakespeare tenía la sabiduría de un sobreviviente.



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