Solo la colaboración internacional humanizará las migraciones
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Inmigrantes hondureños detenidos en EEUU tras saltar la valla en Tijuana.
DANIEL OCHOA DE OLZA AP
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El documento representa solo un primer paso, que no instaura ningún derecho
a migrar, sino que recalca los derechos humanos de todos los migrantes con
independencia de sus papeles. También llama a que no sean detenidos sin motivo
o a que los menores gocen de una protección especial, una absoluta necesidad
que no está actualmente garantizada. El pacto no es vinculante, no obliga a
ningún Estado firmante. Sin embargo, el acuerdo ha provocado protestas
violentas, incluso ha llegado a romper el Gobierno de Bélgica y ha sido
rechazado por Estados que le reprochaban ideas que ni siquiera incluía. Los
principales países gobernados por nacionalistas, o que tienen una importante
influencia ultraderechista, lo han denostado, entre ellos Estados Unidos,
Australia, Italia, Hungría, Polonia o Austria. Sus argumentos, que tantos
réditos electorales les han dado, se basaban casi siempre en informaciones
falsas que, por eso mismo, resultaban casi imposibles de rebatir.
La UE se ha mostrado muy dividida en un tema que socava sus consejos y que
ha creado una situación caótica en el Mediterráneo, ya que los Estados que
deberían recibir a los barcos que han rescatado migrantes se niegan a
acogerles, incumpliendo la ley y la lógica. Estados Unidos ni siquiera ha
querido participar en las negociaciones, lo que no es de extrañar dado que su
presidente, Donald Trump, se ha mostrado directamente cruel con los
inmigrantes.
La historia enseña que la inmigración nunca se detiene y que las grandes
crisis provocan enormes movimientos: la hambruna de la patata en Irlanda puso a
un millón de personas en el mar (sin que hubiera que sufrir los miles de
náufragos y ahogados que hoy día, con una tecnología muy superior, nos
sobrecogen) y, al igual que la guerra de Siria provocó en 2015 una oleada de
millones de personas en huida, la violencia, la pobreza y la sequía han
desencadenado a finales de este año una caravana que ha recorrido Centroamérica
hasta la frontera con EE UU. Un pacto migratorio mundial puede ayudar a
controlar estas mareas humanas que, de todos modos, ya existen.
Esto no significa volver a situación en vigor durante el siglo XIX y una
parte del siglo XX, cuando bastaba con no tener una enfermedad contagiosa para
instalarse en EE UU o América Latina. Tampoco prevé que los inmigrantes, una
vez instalados, puedan saltarse la ley del país en el que residen. Resulta
especialmente irritante que un país como Estados Unidos, formado por
emigrantes, e Italia, donde la emigración forma parte de su identidad y su
cultura, encabecen el rechazo a un acuerdo contra un fenómeno sin el que no
existirían.
Solo el trabajo conjunto entre los Estados que producen emigrantes y los
que los reciben puede ayudar a racionalizar los flujos migratorios. La
cooperación para mejorar las condiciones de vida de los países más pobres
ralentizará, pero no detendrá el movimiento. Y es además lo deseable porque los
países necesitan inmigrantes. Alemania acaba de anunciar que busca a 1,2
millones de trabajadores cualificados, mientras que la salud de la pirámide
demográfica española depende de los que vienen de fuera. Como escribió el
dramaturgo suizo Friedrich Dürrenmatt: “Tristes estos tiempos en los que hay
que luchar por lo obvio”.
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