segunda-feira, 16 de janeiro de 2012

Acción y pensamiento

Pocas personas pueden presentar en el final de su vida un balance en el que pensamiento y acción estén tan vinculados como en el caso de Manuel Fraga. Toda su larga y fructífera trayectoria es un ejemplo de entrega y trabajo por trasladar la teoría a la práctica, por vincular el mundo de las ideas con la realidad. Quizá ese rasgo sea el que dote de mayor valor a su figura. No fue solo un sólido intelectual, sino también un hábil político que supo poner su inteligencia al servicio de un proyecto para España. Fraga encarna en sí mismo una singular forma de servicio público, una vocación por estar en política que busca, ante todo, el ser útil al conjunto de la sociedad. Solo desde ese prisma, tras el que se esconde una infinita generosidad y una lealtad a España sin límites, se puede comprender el camino recorrido durante toda una vida. Su preocupación fue siempre ocupar el espacio adecuado para promover cambios que favorecieran a nuestro país. Esa es la clave que nos permite interpretar un itinerario en el que se incluyen etapas que algunos no quisieron examinar a fondo.

Como resultado de una excepcional capacidad de análisis, Fraga adoptó decisiones que hoy nos parecen naturales, pero que en su momento no estuvieron exentas de polémicos e intensos debates. Más que un conservador –etiqueta con la que algunos se empeñaron en identificarle–, fue un auténtico reformista. Así, su primer empeño en esa España que se asomaba a la democracia y aprendía a gobernarse a través de las urnas fue evitar cualquier fractura por la derecha que cuestionara ese proceso irreversible que fue la Transición. Conseguido ese objetivo de incorporar a los sectores más distantes –un hecho que hoy parece obvio pero que entonces era un auténtico desafío–, su siguiente meta consistió en contribuir a dotar a España de una norma de convivencia que, fruto del consenso, obtuviera un respaldo político y ciudadano sin precedentes. Su participación y apoyo permitió que nadie en la derecha democrática se sintiera al margen de una Constitución que, por primera vez en la Historia de España, era la de todos.

Es el momento de reivindicar su trayectoria 
y de renovar el compromiso ético al que dedicó toda su vida.

A partir de ahí el reto era construir, frente a un PSOE hegemónico, una alternativa real, capaz de convertirse en la opción política preferida por los ciudadanos. Y aquí, una vez más, es preciso volver la vista atrás. Porque en la década de los setenta pocos eran capaces de imaginar que España llegaría a contar con una formación política tan solvente y arraigada entre los ciudadanos como el Partido Popular. En absoluto era una tarea fácil. Había que superar personalismos e integrar diferentes corrientes hasta construir una opción moderada cuyo programa apostara por desarrollar políticas de centro reformista. Fue un proceso largo y no exento de dificultades. Sin embargo, el tiempo ha demostrado que eso era lo que España necesitaba: una herramienta capaz de articular esa alternancia que favorece la estabilidad y el progreso. Ese es el gran mérito de Fraga, el político que impulsó la renovación de unos postulados anclados en el siglo XIX hasta sustituirlos por nuevos planteamientos acordes con las necesidades de la España del siglo XXI. Y todo ello consiguiendo la convergencia del centro y de la derecha en torno al proyecto que él fundó y lideró.

Es el momento de decir adiós a don Manuel, pero también de reivindicar su trayectoria y de renovar el compromiso ético al que dedicó toda su vida. Un compromiso que tuvo como último fin eliminar cualquier obstáculo que imposibilitara la concordia entre los españoles. Son numerosos esos gestos que avalan una actitud que, lejos de ser una pose, era resultado de un sentimiento tan auténtico como sincero y que le permitió, por encima de cualquier idea preconcebida, establecer puentes con quienes pensaban de modo distinto. Suyo es el mérito de sumar a una gran parte de españoles a un tiempo nuevo. Fraga les dio la seguridad de que todos los cambios eran para bien.

En definitiva, Fraga fue un hombre de pensamiento y de acción –un libro de su extensa bibliografía lleva por título Da acción ó pensamento-. Dos esferas inseparables, cuya conjunción nos abre esa perspectiva global desde la que solo es posible comprender y abarcar la verdadera dimensión del afán modernizador que ha dirigido todos los pasos de su vida. Acción y pensamiento sin los cuales –estoy seguro– la España de hoy sería distinta, pues, entre otras cosas, no hubiera encontrado una alternativa política moderna y en sintonía con las necesidades de nuestro tiempo.

El País - Alberto Ruiz-Gallardón es ministro de Justicia.

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